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sábado, 20 de mayo de 2017

Así está hoy Bazooka Joe: "El ojo de vidrio arruinó mi carrera"

"Solo y desempleado", así dice estar hoy Ian Bunburry, un nombre que para todos nosotros resultará desconocido. Sin embargo, su rostro es extremadamente popular en todo Occidente. Fue durante casi cuarenta años, la cara de Bazooka Joe, el personaje cuyas tiras venían dentro de los chicles Bazooka. Este actor, que hoy tiene casi ochenta años, fue seleccionado entre veinte mil niños a través de un concurso realizado a todo el largo y ancho de los Estados Unidos. La empresa Topps, creadora del chicle Bazooka necesitaba un niño rubio, desenfadado y al que le faltara un ojo, que pudiera ser el ejemplo de los niños estadounidenses de posguerra. Ian tuvo un accidente de caza a los cuatro años, y perdió el ojo izquierdo. Sin duda, era el indicado, y en poco tiempo se transformó en la imagen del chicle rosado. Bazooka Joe protagonizó miles de historietas que en muchas regiones de Estados Unidos eran la primera lectura de muchos niños. Recorrió todo su país al frente de concursos, eventos y obras teatrales auspiciados por la marca. Visitó varios países y posó en fotos junto a presidentes, reyes y altos dignatarios internacionales. El éxito era suyo y la vida brillaba. Hasta que su padre tuvo esa infeliz idea. Creyendo que Hollywood no abriría sus puertas a un niño tuerto, lo hizo operar con un prestigioso oftalmólogo, para que le implantaran un ojo de vidrio. Los niños estadounidenses no lo soportaron. El Bazooka Joe sin parche en el ojo les resultaba extraño, ajeno, sin expresión. Y el ojo de vidrio era aún más impresionante que el parche. Los niños lloraban al verlo de cerca y la empresa decidió rescindir el jugoso contrato con Bunburry, que ya no consiguió otros empleos. Si bien se destacó en filmes clase B, como La anguila marina o El gigante Térmico, las películas fueron tildadas de fracasos y nadie más confió en el actor. Ian cayó en la droga y en el alcohol, tuvo varios matrimonios y otros tantos divorcios. "El ojo de vidrio arruinó mi carrera", dice un Bunburry desconsolado: "daría lo que no tengo por que otro accidente me lo haga volar como a mi ojo original". En los noventa, los ejecutivos de Bazooka lo volvieron a contratar. Los especialistas en marketing se dieron cuenta de que si le ponían un parche en el ojo a Bunburry, nadie notaría el ojo de vidrio, si es que alguien recordaba el episodio. No funcionó. Las audiencias no estaban preparadas para un Bazooka Joe cincuentón que hacía cosas de adolescente de décadas pasadas. Fue el final. Aunque asegura haber dejado las drogas, Bunburry no cuenta con un servicio médico que pueda antenderlo en caso de tener algún inconveniente de salud. Por suerte, la empresa Topps le provee cajas de chicles Bazooka que él mismo se encarga de vender en los medios de transporte del suburbio de Los Angeles donde vive, vestido como Bazooka Joe. Una triste historia de un héroe de nuestra infancia que siempre quedará en nuestros corazones.