miércoles, 1 de enero de 2014
Los festejos de Año Nuevo en las grandes capitales del mundo, donde los ciudadanos civilizados evitan volarse falanges, cuetearse ojos y ocasionar gastos a la salud pública gritando "uau!", "uououou!" y bailando pelotudamente como idiotas útiles de empresas que hacen shows de pirotecnia
El primer mundo siempre es un ejemplo ante el que nos sentimos interpelados. Lejos están aquellos países líderes y civilizados de tener nuestro mismo salvaje comportamiento. Nada de festejar el año nuevo con familiares que no ven hace años, nada de sidra y pan dulce, nada de discutir si hay que ir a lo de la madre de él o al tercer esposo del padre de ella. Y por supuesto, de ninguna manera un ciudadano común maneja en forma aficionada y ocasional, la peligrosa pirotecnia. Para eso están los verdaderos profesionales que montan shows minuciosamente preparados que impiden ingresar a las zonas céntricas desde diez días antes y utilizar los ascensores de los edificios afectados al show desde septiembre. El ciudadano común, como siempre sucede en el Primer Mundo, sólo puede conjurar su angustia existencial concurriendo a estos eventos, mirarlos y poner la mejor cara de fascinados que las temperaturas bajo cero le permitan, para que las cámaras de todas las cadenas tomen las imágenes y la empresa de pirotecnia logre mejores contratos para hacer shows pagados con los impuestos de los ciudadanos el año que entra y el verano boreal que se avecina. Las autoridades consideran a esta conducta como "un gran acto cívico" de parte de la ciudadanía, que de esta manera evita el derroche de los escasos recursos destinados al sistema público de salud y así lograr que los médicos emergentólogos puedan conservar sus empleos un tiempo más. Desde aquí nos queda disfrutar las maravillas de estos países civilizados y aprender algún día a no ser tan cabezas para imitar de una vez por todas a estas sociedades señeras en cómo se debe crecer en comunidad.
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