Obviamente, anecdóticamente, ganó el sí. Decía uno de estos ocupantes ilegales que tenían derecho a vivir allí porque "mi padre nació aquí y mi hijo también", como si la canción de Popeye le brindara algún derecho. Obviemos el golpe que ese apego deberá sufrir cuando a cierta edad deben emigrar para poder cursar algún estudio que los distancie un poco de la brutalidad granjeril a la que su democrático reino los ha destinado sin recibir queja alguna, pero ya que se cita la sangre, habrá entonces que sopesar si sólo la sangre derramada allí por tantos argentinos desde 1833, sin tener en cuenta toda la otra historia que estos arrebatadores intentan por todos los medios ignorar tras ese travestismo "británico", invalida drásticamente esa afirmación. No en vano William Wallace, un escocés que supo romperles bien el culo a estos inglesitos, llamaba a sus soldados "compañeros", porque habían sangrado con él. En este aniversario número 31 de la fugaz recuperación de esas islas, queremos hacerles notar que han desaprovechado todo este tiempo festejando una victoria tan ajena, que han precisado un referendum que los haga sentir lo suficientemente "británicos" como para compartirla. Mientras que la Argentina es mucho mejor que aquella de 1982, que creció en la verdad, en la memoria y en todas esas cosas en la que la lejanía de la democracia les impide crecer a estos isleños, presos de la ignorancia y el derecho de pernada a los que han sido sometidos para pertenecer a una ilusión de primer mundo. Por eso, desde aquí, les decimos a esos cogeovejas que tenemos mejores argentinos que aquellos que nos llevaron a esa guerra demencial. Incluso que aquellos que durante los años en que el Reino los ignoraba, les proveían de combustibles y provisiones para que puedan soportar tan áridas regiones. Que si bien es cierto que si no contaran con la protección de una de las principales potencias militares del planeta -y nos llaman belicistas a nosotros-, la simple acción de la barrabrava de Boca o la de Racing nos bastaría para sacarlos a patadas en el culo de ese lugar. Pero lo haremos con la diplomacia, porque no somos lo mismo, y esa será la mas cruel derrota. Sin sangre, sin uniformes ni amenazas, ni balas, y con todo lo que aprendimos en estos 31 años. Y con el mayor de los respetos, los despediremos en algún barquito rumbo a su querida gran isla madre en donde instituciones prehistóricas los sabrán acoger muy bien y tal vez darles algún ranchito por los años de servicio prestados como mascarón de proa de un imperio maloliente, siempre y cuando no prefieran quedarse en nuestro suelo, recibir la ciudadanía argentina y tal vez poner típicos pubs ingleses que serán muy bien recibidos por nuestra rancia burguesía que mezclando todo, honra a San Patricio y San Valentín, o partir rumbo a Buenos Aires, donde podrán dar clases de inglés y trabajar o concurrir a los exclusivos colegios británicos del norte de la ciudad capital, tan ávidos de ser británicos como ustedes. Porque uno puede determinar en elecciones libres si desea permanecer británico, belga, oso panda, vendedor de tienda, mesita de luz, Homero Simpson, millonario o lo que sea, pero la realidad indica otra cosa. Y ya ni siquiera serán argentinos, sino latinoamericanos. Hemos sufrido 31 años para darles un mejor país.
Mientras tanto, disfruten de tan bellas islas, que el final, inexorable, mas tarde o mas temprano, se acerca al mismo paso que el mundo moderno.
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